Soy jugadora profesional de rugby desde hace una década, he participado en unos Juegos Olímpicos, dedico gran parte de mi día a día a mi deporte, a entrenar y a ser una atleta de alto rendimiento. Pero sobre todo me entrego a una gran pasión, que fue lo que me enamoró de este deporte: la educación a través de los valores del rugby.

 

Cuando me encontré con el rugby, un gran desconocido en España en ese momento, no sabía nada de él. No conocía el reglamento, no sabía cómo se jugaba y por supuesto no tenía ni idea de los valores en torno a los que se construyó a lo largo de más de 100 años.

 

Enseguida me di cuenta de lo que me estaba perdiendo y de la importancia de esos valores. Lo primero que te enseñan es respeto. Empezando por el respeto al árbitro, incluso cuando se confunde. Es una persona y se puede confundir igual que tú. Respeto al rival, porque sin contrario no habría partido ni juego. Respeto de los espectadores, tanto a tus seguidores como a los del contrario, ante cualquier resultado.

 

Por eso siempre me pregunto: ¿Qué pasaría si impregnáramos nuestro día a día con los valores que nos transmite el deporte? ¿Cómo sería una sociedad en la que respetáramos no solo al que piensa igual sino también al de pensamiento divergente? Mientras no haga daño nadie, ¿por qué no podemos tener opiniones o soluciones diferentes? ¿Por qué no podemos alegrarnos del éxito de los demás?…

 

EL TRABAJO EN EQUIPO

 

Otro gran valor que he aprendido a apreciar con el rugby como no lo había hecho antes es el trabajo en equipo. ¡Qué satisfacción más grande es la de posar el balón, conseguir un ensayo y sumar cinco puntos para tu equipo! Pero, cuánto más satisfactorio es saber que esos puntos se han conseguido gracias a un trabajo, a veces menos vistoso, que consigue que tu compañera sume un ensayo.

 

En el rugby sabemos que ahí hay un trabajo muy grande, por ejemplo, en la melé. Empujar directamente contra el rival con toda tu alma para que el balón salga hacia tu campo y tus compañeras puedan jugar. Apenas ves el balón, estás enganchada a otras siete compañeras, como una unidad empujando a la vez contra ocho jugadoras del otro equipo que tiene el mismo objetivo que tú: algo tan sencillo como la posesión. Solo para que puedas tener la posibilidad de que después de varias fases de juego tu equipo pueda conseguir anotar.

 

Ese trabajo en equipo, ese entendimiento, esa entrega por el colectivo, por un equipo, con un fin y un objetivo mayor, es ¡¡una sensación tan bonita e indescriptible!! ¿No sería precioso poder vivir en una sociedad que funcionase de una manera semejante?

 

 

UN PLACAJE; UN APRENDIZAJE

 

Por último, aprendes a levantarte de cada placaje. Igual que te puedes levantar de cada golpe que te da la vida, de cada problema y situación que hay que afrontar en tu día a día. A veces te ayuda un compañero, otras un rival y otras lo haces solo, por tu bien y por el de tu equipo.

 

Aprendes que no te puedes quedar en el suelo quejándote. Tienes que aprender de cada situación, de cada fallo, de cada error, para poder ser mejor. Mejor persona y mejor deportista. Aprendes a crecer y a aportar más a tu equipo disfrutando del camino.

 

Cada placaje no es una derrota, es un aprendizaje. Cada placaje, aunque a ti te paren, permite a tu equipo avanzar, y te permite a ti avanzar en tu desarrollo personal de la vida.

 

Cuántas bonitas metáforas nos trae el deporte a nuestra vida. Eso sí, aquellos que lo sabemos y lo vivimos tenemos la responsabilidad de hacer algo más con ello. Tenemos, casi la obligación, de compartirlo y hacerlo llegar a todos los que no lo conocen y no lo han experimentado. El deporte no es más que una herramienta muy útil para conseguir un objetivo social esencial: la educación en valores.

 

¿Y tú, qué vas a hacer hoy para mejorar este mundo?