Las emociones son las reacciones fisiológicas que vivimos en nuestro día a día frente a estímulos que vamos encontrando, ayudando así a interpretar y codificar la información que nos llega del exterior. Una de los aspectos más interesantes de las emociones es la universalidad de las mismas en todas las edades, razas o culturas: la tristeza es experimentada tanto por una persona en la sierra peruana como otra que habite en los pueblecitos holandeses.
Sin embargo, otro aspecto destacable de las emociones es que, a pesar de ser comunes en los seres humanos, no se viven de la misma manera. Por ejemplo, no es la misma tristeza que tienen dos peques cuando se les cae el helado al suelo, para uno de ellos puede resultar desolador mientras que para el otro la tristeza puede sentirla durante 3 minutos y se va a jugar.
Conociendo estos aspectos sobre las emociones, podemos preguntarnos, ¿para qué están las emociones?
Las emociones nos ayudan a aprender. Gracias a que se codifican junto a las experiencias que vivimos, tenemos más pistas para entender mejor lo que sucede a nuestro alrededor en diferentes situaciones. Un ejemplo podría ser el pasar por un pasillo oscuro: la experiencia que te dio ver aquella película de terror en su día, provoca que la emoción del miedo esté alertándote de que hay algo malo que puede pasar.
¿Las emociones negativas también son necesarias?
“No me gusta sentirme triste. Es algo que se ha evitado siempre en mi vida, ¿para qué sentir tristeza cuando lo que quieres sentir es alegría?”
Este argumento lo encontramos en nuestro día a día en la clínica. ¿Qué supondrá que solo se expresen emociones agradables? Conlleva emprender una importante lucha interna, en la que la mente intentaría omitir cualquier expresión de sensación desagradable frente al propio organismo, que necesita ser escuchado. El engaño principal está en creer que la emoción desaparece, se va. Sin embargo, esta no se va, sino que se reprime esperando cualquier excusa para salir de manera explosiva.
No nos olvidemos, como hemos visto anteriormente, que toda emoción ejerce una función de comprensión y protección frente al mundo y, por tanto, reprimirlas supondría que nos faltase información sobre cómo estamos frente a lo que nos rodea, por lo que no existen emociones positivas o negativas, sino emociones más o menos agradables, pero siempre funcionales.
Conclusión final
Es posible que, desde nuestra infancia, hayamos vivido situaciones de represión emocional, sobre todo con los mitos tan arraigados con los que vivimos. Un ejemplo sería “llorar es de débiles”, “tener miedo es de cobardes”.
Escuchar estas frases desde la infancia conlleva a una invalidación emocional, llegando a evitar mirar ciertas emociones o, incluso, llegar a vivirlas como peligrosas.
Re-conectar con nosotros/as, escuchando la información que nos proporciona la emoción, nos ayudará a entender qué pasa y poder elegir la respuesta más adecuada para poder interactuar con el entorno, por lo que estas frases enseñadas por el sistema no ayudan a darnos la mejor respuesta.
¿Crees que estas frases calan en tu día a día? ¿Hay otros mitos que puedan estar interfiriendo en tu día a día en tu interacción con el entorno?
Artículo escrito por Mabel Ballesteros psicóloga de Alimentacion3S